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segunda-feira, 14 de setembro de 2009

cabeza de vaca

NaufragiosÁlvar Núñez Cabeza de Vaca[Nota preliminar: Edición digital basada en la edición de Valladolid, 1555, y cotejada con la ediciónde Juan Francisco Maura, Madrid, Cátedra, 1989 y la edición de Trinidad Barrera, Madrid, Alianza,1996.]ProemioSacra, cesárea y católica MajestadEntre cuantos príncipes sabemos haya habido en el mundo, ninguno pienso se podría hallar aquien con tan verdadera voluntad, con tan gran diligencia y deseo hayan procurado los hombresservir como vemos que a Vuestra Majestad hacen hoy. Bien claro se podrá aquí conocer y que estono será sin gran causa y razón, ni son tan ciegos los hombres, que a ciegas y sin fundamento todossiguiesen este camino, pues vemos que no sólo los naturales a quien la fe y la subjeción obliga ahacer esto, mas aún los extraños trabajan por hacerle ventaja. Mas ya que el deseo y voluntad deservir y a todos en esto haga conformes, allende la ventaja que cada uno puede hacer, hay unamuy gran diferencia no causada por culpa de ellos, sino solamente de la fortuna, o más cierto sinculpa de nadie, mas por sola voluntad y juicio de Dios; donde nace que uno salga con másseñalados servicios que pensó, y a otro le suceda todo tan al revés, que no pueda mostrar de supropósito más testigo que a su diligencia, y aun ésta queda a las veces tan encubierta que nopuede volver por sí. De mí puedo decir que en la jornada que por mandado de Vuestra Majestadhice de Tierra Firme, bien pensé que mis obras y servicios fueran tan claros y manifiestos comofueron los de mis antepasados y que no tuviera yo necesidad de hablar para ser contado entre losque con entera fe y gran cuidado administran y tratan los cargos de Vuestra Majestad, y les hacemerced. Mas como ni mi consejo ni diligencia aprovecharon para que aquello a que éramos idosfuese ganado conforme al servicio de Vuestra Majestad, y por nuestros pecados permitiese Diosque de cuantas armadas a aquellas tierras han ido ninguna se viese en tan grandes peligros nituviese tan miserable y desastrado fin, no me quedó lugar para hacer más servicio de éste, que estraer a Vuestra Majestad relación de lo que en diez años que por muchas y muy extrañas tierrasque anduve perdido y en cueros, pudiese saber y ver, así en el sitio de las tierras y provincias deellas, como en los mantenimientos y animales que en ella se crían, y las diversas costumbres demuchas y muy bárbaras naciones con quien conversé y viví, y todas las otras particularidades quepude alcanzar y conocer, que de ello en alguna manera Vuestra Majestad será servido: porqueaunque la esperanza de salir de entre ellos tuve, siempre fue muy poca, el cuidado y diligenciasiempre fue muy grande de tener particular memoria de todo, para que si en algún tiempo Diosnuestro Señor quisiese traerme a donde ahora estoy, pudiese dar testigo de mi voluntad, y servir aVuestra Majestad. Lo cual yo escribí con tanta certinidad, que aunque en ella se lean algunascosas muy nuevas y para algunos muy difíciles de creer, pueden sin duda creerlas: y creer por muycierto, que antes soy en todo más corto que largo, y bastará para esto haberlo ofrecido a VuestraMajestad por tal. A la cual suplico la reciba en nombre del servicio, pues éste solo es el que unhombre que salió desnudo pudo sacar consigo.Capítulo IEn que cuenta cuándo partió la armada, y los oficiales y gente que en ella ibaA 17 días del mes de junio de 1527 partió del puerto de San Lúcar de Barrameda elgobernador Pánfilo de Narváez, con poder y mandado de Vuestra Majestad para conquistar ygobernar las provincias que están desde el río de las Palmas hasta el cabo de la Florida, las cualesson en Tierra Firme; y la armada que llevaba eran cinco navíos, en los cuales, poco más o menos,irían seiscientos hombres. Los oficiales que llevaba (porque de ellos se ha de hacer mención) eranéstos que aquí se nombran: Cabeza de Vaca, por tesorero y por alguacil mayor; Alonso Enríquez,contador; Alonso de Solís, por factor de Vuestra Majestad y por veedor; iba un fraile de la Orden deSan Francisco por comisario, que se llamaba fray Juan Suárez, con otros cuatro frailes de la mismaOrden. Llegamos a la isla de Santo Domingo, donde estuvimos casi cuarenta y cinco días,proveyéndonos de algunas cosas necesarias, señaladamente de caballos. Aquí nos faltaron denuestra armada más de ciento y cuarenta hombres, que se quisieron quedar allí, por los partidos ypromesas que los de la tierra les hicieron. De allí partimos y llegamos a Santiago (que es puerto enla isla de Cuba), donde en algunos días que estuvimos, el gobernador se rehízo de gente, de armasy de caballos. Sucedió allí que un gentilhombre que se llamaba Vasco Porcalle, vecino de la villa dela Trinidad, que es en la misma isla, ofreció de dar al gobernador ciertos bastimentos que tenía enla Trinidad, que es cien leguas del dicho puerto de Santiago. El gobernador, con toda la armada,partió para allá; mas llegados a un puerto que se dice Cabo de Santa Cruz, que es mitad delcamino, parecióle que era bien esperar allí y enviar un navío que trajese aquellos bastimentos; ypara esto mandó a un capitán Pantoja que fuese allá con su navío, y que yo, para más seguridad,fuese con él, y él quedó con cuatro navíos, porque en la isla de Santo Domingo había comprado unotro navío. Llegados con estos dos navíos al puerto de la Trinidad, el capitán Pantoja fue con VascoPorcalle a la villa, que es una legua de allí, para recibir los bastimentos; yo quedé en la mar con lospilotos, los cuales nos dijeron que con la mayor presteza que pudiésemos nos despachásemos deallí, porque aquel era muy mal puerto y se solían perder muchos navíos en él; y porque lo que allínos sucedió fue cosa muy señalada, me pareció que no sería fuera del propósito y fin con que yoquise escribir este camino, contarla aquí. Otro día de mañana comenzó el tiempo a no dar buenaseñal, porque comenzó a llover, y el mar iba arreciando tanto, que aunque yo di licencia a la genteque saliese a tierra, como ellos vieron el tiempo que hacía y que la villa estaba de allí una legua,por no estar al agua y frío que hacía, muchos se volvieron al navío. En esto vino una canoa de lavilla, rogándome que me fuese allá y que me darían los bastimentos que hubiese y necesariosfuesen; de lo cual yo me excusé diciendo que no podía dejar los navíos. A mediodía volvió la canoacon otra carta, en que con mucha importunidad pedían lo mismo, y traían un caballo en que fuese;yo di la misma respuesta que primero había dado, diciendo que no dejaría los navíos; mas lospilotos y la gente me rogaron mucho que fuese, porque diese prisa que los bastimentos se trajesenlo más presto que pudiese ser, porque nos partiésemos luego de allí, donde ellos estaban con grantemor que los navíos se habían de perder si allí estuviesen mucho. Por esta razón yo determiné deir a la villa, aunque primero que fuese dejé proveído y mandado a los pilotos que si el Sur, con queallí suelen perderse muchas veces los navíos, ventase y se viesen en mucho peligro, diesen conlos navíos al través y en parte que se salvase la gente y los caballos. Y con esto yo salí, aunquequise sacar algunos conmigo, por ir en mi compañía, los cuales no quisieron salir, diciendo quehacía mucha agua y frío y la villa estaba muy lejos; que otro día, que era domingo, saldrían con laayuda de Dios, a oír misa. A una hora después de yo salido la mar comenzó a venir muy brava, y elnorte fue tan recio que ni los bateles osaron salir a tierra, ni pudieron dar en ninguna manera conlos navíos al través por ser el viento por la proa; de suerte que con muy gran trabajo, con dostiempos contrarios y mucha agua que hacía, estuvieron aquel día y el domingo hasta la noche. Aesta hora el agua y la tempestad comenzó a crecer tanto, que no menos tormenta había en elpueblo que en el mar, porque todas las casas e iglesias se cayeron, y era necesario queanduviésemos siete u ocho hombres abrazados unos con otros para podernos amparar que elviento no nos llevase; y andando entre los árboles, no menos temor teníamos de ellos que de lascasas, porque como ellos también caían, no nos matasen debajo. En esta tempestad y peligroanduvimos toda la noche, sin hallar parte ni lugar donde media hora pudiésemos estar seguros.Andando en esto, oímos toda la noche, especialmente desde el medio de ella, muchoestruendo grande y ruido de voces, y gran sonido de cascabeles y de flautas y tamborinos y otrosinstrumentos, que duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó. En estas partes nunca otra cosatan medrosa se vio; yo hice una probanza de ello, cuyo testimonio envié a Vuestra Majestad. Ellunes por la mañana bajamos al puerto y no hallamos los navíos; vimos las boyas de ellos en elagua, adonde conocimos ser perdidos, y anduvimos por la costa por ver si hallaríamos alguna cosade ellos; y como ninguno hallásemos, metímonos por los montes, y andando por ellos un cuarto delegua de agua hallamos la barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y diez leguas de allípor la costa, se hallaron dos personas de mi navío y ciertas tapas de cajas, y las personas tandesfiguradas de los golpes de las peñas, que no se podían conocer; halláronse también una capa yuna colcha hecha pedazos, y ninguna otra cosa pareció. Perdiéronse en los navíos sesentapersonas y veinte caballos. Los que habían salido a tierra el día que los navíos allí llegaron, queserían hasta treinta, quedaron de los que en ambos navíos había. Así estuvimos algunos días conmucho trabajo y necesidad, porque la provisión y mantenimientos que el pueblo tenía se perdierony algunos ganados; la tierra quedó tal, que era gran lástima verla: caídos los árboles, quemados losmontes, todos sin hojas ni yerba. Así pasamos hasta cinco días del mes de noviembre, que llegó elgobernador con sus cuatro navíos, que también habían pasado gran tormenta y también habíanescapado por haberse metido con tiempo en parte segura. La gente que en ellos traía, y la que allíhalló, estaban tan atemorizados de lo pasado, que temían mucho tornarse a embarcar en invierno,y rogaron al gobernador que lo pasase allí, y él, vista su voluntad y la de los vecinos, intervino allí.Dióme a mí cargo de los navíos y de la gente para que me fuese con ellos a invernar al puerto deXagua, que es doce leguas de allí, donde estuve hasta 20 días del mes de febrero.Capítulo IICómo el gobernador vino al puerto de Xagua y trajo consigo a un pilotoEn este tiempo llegó allí el gobernador con un bergantín que en la Trinidad compró, y traíaconsigo un piloto que se llamaba Miruelo; habíalo tomado porque decía que sabía y había estadoen el río de las Palmas, y era muy buen piloto de toda la costa norte. Dejaba también compradootro navío en la costa de La Habana, en el cual quedaba por capitán Álvaro de la Cerda, concuarenta hombres y doce de a caballo; y dos días después que llegó el gobernador se embarcó, yla gente que llevaba eran cuatrocientos hombres y ochenta caballos en cuatro navíos y unbergantín. El piloto que de nuevo habíamos tomado metió los navíos por los bajíos que dicen deCanarreo, de manera que otro día dimos en seco, y así estuvimos quince días, tocando muchasveces las quillas de los navíos en seco, al cabo de los cuales, una tormenta del sur metió tantaagua en los bajíos, que pudimos salir, aunque no sin mucho peligro. Partidos de aquí y llegados aGuaniguanico, nos tomó otra tormenta, que estuvimos a tiempo de perdernos. A cabo de Corrientestuvimos otra, donde estuvimos tres días; pasados éstos, doblamos el cabo de San Antón, yanduvimos con tiempo contrario hasta llegar a doce leguas de La Habana; y estando otro día paraentrar en ella, nos tomó un tiempo de sur que nos apartó de la tierra, y atravesamos por la costa dela Florida y llegamos a la tierra martes 12 días del mes de abril, y fuimos costeando la vía de laFlorida; y Jueves Santo surgimos en la misma costa, en la boca de una bahía, al cabo de la cualvimos ciertas casas y habitaciones de indios.Capítulo IIICómo llegamos a la FloridaEn este mismo día salió el contador Alonso Enríquez y se puso en una isla que está en lamisma bahía y llamó a los indios, los cuales vinieron y estuvieron con él buen pedazo de tiempo, ypor vía de rescate le dieron pescado y algunos pedazos de carne de venado. Otro día siguiente,que era Viernes Santo, el gobernador se desembarcó con la más gente que en los bateles que traíapudo sacar, y como llegamos a los buhíos o casas que habíamos visto de los indios, hallámoslasdesamparadas y solas, porque la gente se había ido aquella noche en sus canoas. El uno deaquellos buhíos era muy grande, que cabrían en él más de trescientas personas; los otros eranmás pequeños, y hallamos allí una sonaja de oro entre las redes. Otro día el gobernador levantópendones por Vuestra Majestad y tomó la posesión de la tierra en su real nombre, presentó susprovisiones y fue obedecido por gobernador, como Vuestra Majestad lo mandaba. Asimismopresentamos nosotros las nuestras ante él, y él las obedeció como en ellas se contenía. Luegomandó que toda la otra gente desembarcase y los caballos que habían quedado, que no eran másde cuarenta y dos, porque los demás, con las grandes tormentas y mucho tiempo que habíanandado por la mar, eran muertos; y estos pocos que quedaron estaban tan flacos y fatigados, quepor el presente poco provecho pudimos tener de ellos. Otro día los indios de aquel pueblo vinierona nosotros, y aunque nos hablaron, como nosotros no teníamos lengua, no los entendíamos; mashacíannos muchas señas y amenazas, y nos pareció que nos decían que nos fuésemos de la tierra,y con esto nos dejaron, sin que nos hiciesen ningún impedimento, y ellos se fueron.Capítulo IVCómo entramos por la tierraOtro día adelante el gobernador acordó de entrar por la tierra, por descubrirla y ver lo que enella había. Fuímonos con él el comisario y el veedor y yo, con cuarenta hombres, y entre ellos seisde caballo, de los cuales poco nos podíamos aprovechar. Llevamos la vía del norte hasta que ahora de vísperas llegamos a una bahía muy grande, que nos pareció que entraba mucho por latierra; quedamos allí aquella noche, y otro día nos volvimos donde los navíos y gente estaban. Elgobernador mandó que el bergantín fuese costeando la vía de la Florida, y buscase el puerto queMiruelo el piloto había dicho que sabía; mas ya él lo había errado, y no sabía en qué parteestábamos, ni adónde era el puerto; y fuele mandado al bergantín que si no lo hallase, travesase aLa Habana, y buscase el navío que Álvaro de la Cerda tenía, y tomados algunos bastimentos, nosviniesen a buscar. Partido el bergantín, tornamos a entrar en la tierra los mismos que primero, conalguna gente más, y costeamos la bahía que habíamos hallado; y andadas cuatro leguas, tomamoscuatro indios, y mostrámosles maíz para ver si le conocían, porque hasta entonces no habíamosvisto señal de él. Ellos nos dijeron que nos llevarían donde lo había; y así, nos llevaron a su pueblo,que es al cabo de la bahía, cerca de allí, y en él nos mostraron un poco de maíz, que aún no estabapara cogerse. Allí hallamos muchas cajas de mercaderes de Castilla, y en cada una de ellas estabaun cuerpo de hombre muerto, y los cuerpos cubiertos con unos cueros de venado pintados. Alcomisario le pareció que esto era especie de idolatría, y quemó la caja con los cuerpos. Hallamostambién pedazos de lienzo y de paño, penachos que parecían de la Nueva España; hallamostambién muestras de oro. Por señas preguntamos a los indios de adónde habían habido aquellascosas; señaláronnos que muy lejos de allí había una provincia que se decía Apalache, en la cualhabía mucho oro, y hacían seña de haber muy gran cantidad de todo lo que nosotros estimamos enalgo. Decían que en Apalache había mucho, y tomando aquellos indios por guía, partimos de allí; yandadas diez o doce leguas, hallamos otro pueblo de quince casas, donde había buen pedazo demaíz sembrado, que ya estaba para cogerse, y también hallamos alguno que estaba ya seco; ydespués de dos días que allí estuvimos, nos volvimos donde el contador y la gente y navíosestaban, y contamos al contador y pilotos lo que habíamos visto, y las nuevas que los indios noshabían dado. Y otro día que fue primero de mayo, el gobernador llamó aparte al comisario y alcontador y al veedor y a mí, y a un marinero que se llamaba Bartolomé Fernández, y a unescribano que se decía Jerónimo de Alaniz, y así juntos, nos dijo que tenía voluntad de entrar por latierra adentro y los navíos se fuesen costeando hasta que llegasen al puerto, y que los pilotosdecían y creían que yendo la vía de las Palmas estaban muy cerca de allí; y sobre esto nos rogó lediésemos nuestro parecer. Yo respondía que me parecía que por ninguna manera debía dejar losnavíos sin que primero quedasen en puerto seguro y poblado, y que mirase que los pilotos noandaban ciertos, ni se afirmaban en una misma cosa, ni sabían a qué parte estaban; y que allendede esto, los caballos no estaban para que en ninguna necesidad que se ofreciese nos pudiésemosaprovechar de ellos; y que sobre todo esto, íbamos mudos y sin lengua, por donde mal nospodíamos entender con los indios, ni saber lo que de la tierra queríamos, y que entrábamos portierra de que ninguna relación teníamos, ni sabíamos de qué suerte era, ni lo que en ella había, nide qué gente estaba poblada, ni a qué parte de ella estábamos; y que sobre todo esto, no teníamosbastimentos para entrar adonde no sabíamos; porque, visto lo que los navíos había, no se podíadar a cada hombre de ración para entrar por la tierra más de una libra de bizcocho y otra de tocino,y que mi parecer era que se debía embarcar e ir a buscar puerto y tierra que fuese mejor parapoblar, pues la que habíamos visto, en sí era tan despoblada y tan pobre, cuanto nunca en aquellaspartes se había hallado. Al comisario le pareció todo lo contrario, diciendo que no se había deembarcar, sino que yendo siempre hacia la costa, fuesen en busca del puerto, pues los pilotosdecían que no estaría sino diez o quince leguas de allí la vía de Pánuco, y que no era posible,yendo siempre a la costa, que no topásemos con él, porque decían que entraba doce leguasadentro por la tierra, y que los primeros que lo hallasen, esperasen allí a los otros, y queembarcarse era tentar a Dios, pues desque partimos de Castilla tantos trabajos habíamos pasado,tantas tormentas, tantas pérdidas de navíos y de gente habíamos tenido hasta llegar allí; y que porestas razones él se debía de ir por luengo de costa hasta llegar al puerto, y que los otros navíos,con la otra gente, se irían a la misma vía hasta llegar al mismo puerto. A todos los que allí estabanpareció bien que esto se hiciese así, salvo al escribano, que dijo que primero que desamparase losnavíos, los debía de dejar en puerto conocido y seguro, y en parte que fuese poblada; que estohecho, podría entrar por la tierra adentro y hacer lo que le pareciese. El gobernador siguió suparecer y lo que los otros le aconsejaban. Yo, vista su determinación, requeríle de parte de VuestraMajestad que no dejase los navíos sin que quedasen en puerto y seguros, y así lo pedí portestimonio al escribano que allí teníamos. Él respondió que, pues él se conformaba con el parecerde los más de los otros oficiales y comisario, que yo no era parte para hacerle estosrequerimientos, y pidió al escribano le diese por testimonio cómo por no haber en aquella tierramantenimientos para poder poblar, ni puerto para los navíos, levantaba el pueblo que allí habíaasentado, e iba con él en busca del puerto y de tierra que fuese mejor; y luego mandó apercibir lagente que había de ir con él, que se proveyesen de lo que era menester para la jornada. Y despuésde esto proveído, en presencia de los que allí estaban, me dijo que, pues yo tanto estorbaba ytemía la entrada por tierra, que me quedase y tomase cargo de los navíos y de la gente que enellos quedaba, y poblase si yo llegase primero que él. Yo me excusé de esto, y después de salidosde allí aquella misma tarde, diciendo que no le parecía que de nadie se podía fiar aquello, me envióa decir que me rogaba que tomase cargo de ello. Y viendo que importunándome tanto, yo todavíame excusaba, me preguntó qué era la causa por que huía de aceptarlo; a lo cual respondí que yohuía de encargarme de aquello porque tenía por cierto y sabía que él no había de ver más losnavíos, ni los navíos a él, y que esto entendía viendo que tan sin aparejo se entraban por la tierraadentro. Y que yo quería más aventurarme al peligro que él y los otros se aventuraban, y pasar porlo que él y ellos pasasen, que no encargarme de los navíos, y dar ocasión a que se dijese que,como había contradicho la entrada, me quedaba por temor, y mi honra anduviese en disputa; y queyo quería más aventurar la vida que poner mi honra en esta condición. Él, viendo que conmigo noaprovechaba, rogó a otros muchos que me hablasen en ello y me lo rogasen, a los cuales respondílo mismo que a él; y así, proveyó por su teniente, para que quedase en los navíos, a un alcalde quetraía que se llamaba Caravallo.Capítulo VCómo dejó los navíos el gobernadorSábado primero de mayo, el mismo día que esto había pasado, mandó dar a cada uno de losque habían de ir con él dos libras de bizcocho y media libra de tocino, y así nos partimos paraentrar en la tierra. La suma de toda la gente que llevábamos era trescientos hombres; en ellos ibael comisario fray Juan Suárez, y otro fraile que se decía fray Juan de Palos, y tres clérigos y losoficiales. La gente de caballo que con estos íbamos, éramos cuarenta de caballo; y así anduvimoscon aquel bastimento que llevábamos, quince días, sin hallar otra cosa que comer, salvo palmitosde la manera de los de Andalucía. En todo este tiempo no hallamos indio ninguno, ni vimos casa nipoblado, y al cabo llegamos a un río que lo pasamos con muy gran trabajo a nado y en balsas;detuvímonos un día en pasarlo, que traía muy gran corriente. Pasados a la otra parte, salieron anosotros hasta doscientos indios, poco más o menos; el gobernador salió a ellos, y después dehaberlos hablado por señas, ellos nos señalaron de suerte que nos hubimos de revolver con ellos,y prendimos cinco o seis; y éstos nos llevaron a sus casas, que estaban hasta media legua de allí,en las cuales hallamos gran cantidad de maíz que estaba ya para cogerse, y dimos infinitas graciasa nuestro Señor por habernos socorrido en tan grande necesidad, porque ciertamente, comoéramos nuevos en los trabajos, allende del cansancio que traíamos, veníamos muy fatigados dehambre y a tercero día que allí llegamos, nos juntamos el contador y veedor y comisario y yo, yrogamos al gobernador que enviase a buscar la mar, por ver si hallaríamos puerto, porque losindios decían que la mar no estaba muy lejos de allí. Él nos respondió que no curásemos de hablaren aquello, porque estaba muy lejos de allí; y como yo era el que más le importunaba, díjome queme fuese yo a descubrirla y que buscase puerto, y que había de ir a pie con cuarenta hombres; yasí, otro día yo me partí con el capitán Alonso del Castillo y con cuarenta hombres de su compañía,y así anduvimos hasta hora del mediodía, que llegamos a unos placeles de la mar que parecía queentraban mucho por tierra; anduvimos por ellos hasta legua y media con el agua hasta la mitad dela pierna, pisando por encima de ostiones, de los cuales recibimos muchas cuchilladas en los pies,y nos fueron a causa de mucho trabajo, hasta que llegamos en el río que primero habíamosatravesado, que entraba por aquel mismo ancón, y como no lo pudimos pasar, por el mal aparejoque para ello teníamos, volvimos al real, y contamos al gobernador lo que habíamos hallado, ycómo era menester otra vez pasar el río por el mismo lugar que primero habíamos pasado, paraque aquél ancón se descubriese bien, y viésemos si por allí había puerto; y otro día mandó a uncapitán que se llamaba Valenzuela, que con setenta hombres y seis de caballo pasase el río yfuese por él abajo hasta llegar a la mar, y buscar si había puerto; el cual, después de dos días queallá estuvo, volvió y dijo que él había descubierto el ancón, y que todo era bahía baja hasta larodilla, y que no se hallaba puerto; y que había visto cinco o seis canoas de indios que pasaban deuna parte a otra y que llevaban puestos muchos penachos. Sabido esto, otro día partimos de allí,yendo siempre en demanda de aquella provincia que los indios nos habían dicho Apalache,llevando por guía los que de ellos habíamos tomado, y así anduvimos hasta 17 de junio, que nohallamos indios que nos osasen esperar. Y allí salió a nosotros un señor que le traía un indio acuestas, cubierto de un cuero de venado pintado: traía consigo mucha gente, y delante de él veníantañendo unas flautas de caña; y así llegó donde estaba el gobernador, y estuvo una hora con él, ypor señas le dimos a entender que íbamos a Apalache, y por las señas que él hizo, nos pareció queera enemigo de los de Apalache, y que nos iría a ayudar contra él. Nosotros le dimos cuentas ycascabeles y otros rescates, y él dio al gobernador el cuero que traía cubierto; y así se volvió, ynosotros le fuimos siguiendo por la vía que él iba. Aquella noche llegamos a un río, el cual era muyhondo y muy ancho, y la corriente muy recia, y por no atrevernos a pasar con balsas, hicimos unacanoa para ello, y estuvimos en pasarlo un día; y si los indios nos quisieran ofender, bien nospudieran estorbar el paso, y aun con ayudarnos ellos, tuvimos mucho trabajo. Uno de a caballo,que se decía Juan Velázquez, natural de Cuéllar, por no esperar entró en el río, y la corriente, comoera recia, lo derribó del caballo, y se asió a las riendas, y ahogó a sí y al caballo; y aquellos indiosde aquel señor, que se llamaba Dulchanchelín, hallaron el caballo, y nos dijeron dónde hallaríamosa él por el río abajo; y así fueron por él, y su muerte nos dio mucha pena, porque hasta entoncesninguno nos había faltado. El caballo dio de cenar a muchos aquella noche.Pasados de allí, otro día llegamos al pueblo de aquel señor, y allí nos envió maíz. Aquellanoche, donde iban a tomar agua nos flecharon un cristiano, y quiso Dios que no lo hirieron. Otro díanos partimos de allí sin que indio ninguno de los naturales pareciese, porque todos habían huido;más yendo nuestro camino, parecieron indios, los cuales venían de guerra, y aunque nosotros losllamamos, no quisieron volver ni esperar; mas antes se retiraron, siguiéndonos por el mismocamino que llevábamos. El gobernador dejó una celada de algunos de a caballo en el camino, quecomo pasaron, salieron a ellos, y tomaron tres o cuatro indios, y éstos llevamos por guías de allíadelante; los cuales nos llevaron por tierra muy trabajosa de andar y maravillosa de ver, porque enella hay muy grandes montes y los árboles a maravilla altos, y son tantos los que están caídos en elsuelo, que nos embarazaban el camino, de suerte que no podíamos pasar sin rodear mucho y conmuy gran trabajo; de los que no estaban caídos, muchos estaban hendidos desde arriba hastaabajo, de rayos que en aquella tierra caen, donde siempre hay muy grandes tormentas ytempestades. Con este trabajo caminamos hasta un día después de San Juan, que llegamos avista de Apalache sin que los indios de la tierra nos sintiesen. Dimos muchas gracias a Dios porvernos tan cerca de Él, creyendo que era verdad lo que de aquella tierra nos habían dicho, que allíse acabarían los grandes trabajos que habíamos pasado, así por el malo y largo camino paraandar, como por la mucha hambre que habíamos padecido; porque aunque algunas veceshallábamos maíz, las más andábamos siete y ocho leguas sin toparlo; y muchos había entrenosotros que, allende del mucho cansancio y hambre, llevaban hechas llagas en las espaldas, dellevar las armas a cuestas, sin otras cosas que se ofrecían. Mas con vernos llegados dondedeseábamos, y donde tanto mantenimiento y oro nos habían dicho que había, pareciónos que senos había quitado gran parte del trabajo y cansancio.Capítulo VICómo llegamos a ApalacheLlegados que fuimos a vista de Apalache, el gobernador mandó que yo tomase nueve de acaballo y cincuenta peones, y entrase en el pueblo, y así lo acometimos el veedor y yo; y entrados,no hallamos sino mujeres y muchachos, que los hombres a la sazón no estaban en el pueblo; masde ahí a poco, andando nosotros por él, acudieron, y comenzaron a pelear, flechándonos, ymataron el caballo del veedor; mas al fin huyeron y nos dejaron. Allí hallamos mucha cantidad demaíz que estaba ya para cogerse, y mucho seco que tenían encerrado. Hallámosles muchoscueros de venados, y entre ellos algunas mantas de hilo pequeñas, y no buenas, con que lasmujeres cubren algo de sus personas. Tenían muchos vasos para moler maíz. En el pueblo habíacuarenta casas pequeñas y edificadas, bajas y en lugares abrigados, por temor de las grandestempestades que continuamente en aquella tierra suele haber. El edificio es de paja, y estáncercados de muy espeso monte y grandes arboledas y muchos piélagos de agua, donde hay tantosy tan grandes árboles caídos, que embarazan, y son causa que no se puede por allí andar sinmucho trabajo y peligro.Capítulo VIIDe la manera que es la tierraLa tierra, por la mayor parte, desde donde desembarcamos hasta este pueblo y tierra deApalache, es llana; el suelo, de arena y tierra firme; por toda ella hay muy grandes árboles ymontes claros, donde hay nogales y laureles, y otros que se llaman liquidámbares, cedros, sabinasy encinas y pinos y robles, palmitos bajos, de la manera de los de Castilla. Por toda ella haymuchas lagunas grandes y pequeñas, algunas muy trabajosas de pasar, parte por la muchahondura, parte por tantos árboles como por ellas están caídos. El suelo de ellas es de arena, y lasque en la comarca de Apalache hallamos son muy mayores que las de hasta allí. Hay en estaprovincia muchos maizales, y las casas están tan esparcidas por el campo, de la manera que estánlas de los Gelves. Los animales que en ellas vimos son: venados de tres maneras, conejos yliebres, osos y leones, y otras salvajinas, entre los cuales vimos un animal que trae los hijos en unabolsa que en la barriga tiene; y todo el tiempo que son pequeños los trae allí, hasta que sabenbuscar de comer; y si acaso están fuera buscando de comer, y acude gente, la madre no huyehasta que los ha recogido en su bolsa. Por allí la tierra en muy fría; tiene muy buenos pastos paraganados; hay aves de muchas maneras, ánsares en gran cantidad, patos, ánades, patos reales,dorales y garzotas y garzas, perdices; vimos muchos halcones, neblíes, gavilanes, esmerejones yotras muchas aves. Dos horas después que llegamos a Apalache, los indios que allí habían huidovinieron a nosotros de paz, pidiéndonos a sus mujeres e hijos, y nosotros se los dimos, salvo que elgobernador detuvo un cacique de ellos consigo, que fue causa por donde ellos fueronescandalizados; y luego otro día volvieron en pie de guerra, y con tanto denuedo y presteza nosacometieron, que llegaron a nos poner fuego a las casas en que estábamos; mas como salimos,huyeron, y acogiéronse a las lagunas, que tenían muy cerca; y por esto, y por los grandes maizalesque había, no les pudimos hacer daño, salvo a uno que matamos. Otro día siguiente, otros indiosde otro pueblo que estaba de la otra parte vinieron a nosotros y acometiéronnos de la misma arteque los primeros y de la misma manera se escaparon, y también murió uno de ellos. Estuvimos eneste pueblo veinte y cinco días, en que hicimos tres entradas por la tierra y hallámosla muy pobrede gente y muy mala de andar, por los malos pasos y montes y lagunas que tenía. Preguntamos alcacique que les habíamos detenido, y a los otros indios que traíamos con nosotros, que eranvecinos y enemigos de ellos, por la manera y población de la tierra, y la calidad de la gente, y porlos bastimentos y todas las otras cosas de ella. Respondiéronnos cada uno por sí, que el mayorpueblo de toda aquella tierra era aquel Apalache, y que adelante había menos gente y muy máspobre que ellos, y que la tierra era mal poblada y los moradores de ella muy repartidos; y queyendo adelante, había grandes lagunas y espesura de montes y grandes desiertos y despoblados.Pregutámosles luego por la tierra que estaba hacia el sur, qué pueblos y mantenimientos tenía.Dijeron que por aquella vía, yendo a la mar nueve jornadas, había un pueblo que llamaban Aute, ylos indios de él tenían mucho maíz, y que tenían frísoles y calabazas, y que por estar tan cerca dela mar alcanzaban pescados, y que éstos eran amigos suyos. Nosotros, vista la pobreza de latierra, y las malas nuevas que de la población y de todo lo demás nos daban, y como los indios noshacían continua guerra hiriéndonos la gente y los caballos en los lugares donde íbamos a tomaragua, y esto desde las lagunas, y tan a salvo, que no los podíamos ofender, porque metidos enellas nos flechaban, y mataron un señor de Tezcuco que se llamaba don Pedro, que el comisariollevaba consigo, acordamos de partir de allí, e ir a buscar la mar y aquel pueblo de Aute que noshabían dicho; y así nos partimos al cabo de veinte y cinco días que allí habíamos llegado. Elprimero día pasamos aquellas lagunas y pasos sin ver indio ninguno, mas al segundo día llegamosa una laguna de muy mal paso, porque daba el agua a los pechos y había en ella muchos árbolescaídos. Ya que estábamos en medio de ella nos acometieron muchos indios que estabanescondidos detrás de los árboles porque no les viésemos; otros estaban sobre los caídos, ycomenzáronnos a flechar de manera que nos hirieron muchos hombres y caballos, y nos tomaronla guía que llevábamos, antes que de la laguna saliésemos, y después de salidos de ella, nostornaron a seguir, queriéndonos estorbar el paso; de manera que no nos aprovechaba salirnosafuera ni hacernos más fuertes y querer pelear con ellos, que se metían luego en la laguna, ydesde allí nos herían la gente y caballos. Visto esto, el gobernador mandó a los de caballo que seapeasen y les acometiesen a pie. El contador se apeó con ellos, y así los acometieron, y todosentraron a vueltas en una laguna, y así les ganamos el paso. En esta revuelta hubo algunos de losnuestros heridos, que no les valieron buenas armas que llevaban; y hubo hombres este día quejuraron que habían visto dos robles, cada uno de ellos tan grueso como la pierna por bajo, pasadosde parte a parte de las flechas de los indios; y esto no es tanto de maravillar, vista la fuerza y mañacon que las echan; porque yo mismo vi una flecha en un pie de un álamo, que entraba por él unjeme. Cuantos indios vimos desde la Florida aquí todos son flecheros; y como son tan crecidos decuerpo y andan desnudos, desde lejos parecen gigantes. Es gente a maravilla bien dispuesta, muyenjutos y de muy grandes fuerzas y ligereza. Los arcos que usan son gruesos como el brazo, deonce o doce palmos de largo, que flechan a doscientos pasos con tan gran tiento, que ningunacosa yerran. Pasados que fuimos de este paso, de ahí a una legua llegamos a otro de la mismamanera, salvo que por ser tan largo, que duraba media legua, era muy peor; éste pasamoslibremente y sin estorbo de indios; que como habían gastado en el primero toda la munición que deflechas tenían, no quedó con qué osarnos acometer. Otro día siguiente, pasando otro semejantepaso, yo hallé rastro de gente que iba delante, y di aviso de ello al gobernador, que venía en laretaguardia; y así, aunque los indios salieron a nosotros, como íbamos apercibidos, no nospudieron ofender; y salidos a lo llano, fuéronnos todavía siguiendo; volvimos a ellos por dos partes,y matámosles dos indios, y hiriéronme a mí y dos o tres cristianos; y por acogérsenos al monte noles pudimos hacer más mal ni daño. De esta suerte caminamos ocho días, y desde este paso quehe contado, no salieron más indios a nosotros hasta una legua adelante, que es lugar donde hedicho que íbamos. Allí, yendo nosotros por nuestro camino, salieron indios, y sin ser sentidos,dieron en la retaguardia, y a los gritos que dio un muchacho de un hidalgo de los que allí iban, quese llamaba Avellaneda, el Avellaneda volvió, y fue a socorrerlos, y los indios le acertaron con unaflecha por el canto de las corazas, y fue tal la herida, que pasó casi toda la flecha por el pescuezo,y luego allí murió y lo llevamos hasta Aute. En nueve días de camino, desde Apalache hasta allí,llegamos. Y cuando fuimos llegados, hallamos toda la gente de él, ida, y las casas quemadas, ymucho maíz y calabazas y frísoles, que ya todo estaba para empezarse a coger. Descansamos allídos días, y estos pasados, el gobernador me rogó que fuese a descubrir la mar, pues los indiosdecían que estaba tan cerca de allí; ya en este camino la habíamos descubierto por un río muygrande que en él hallamos, a quien habíamos puesto por nombre el río de la Magdalena. Vistoesto, otro día siguiente yo me partí a descubrirla, juntamente con el comisario y el capitán Castillo yAndrés Dorantes y otros siete de caballo y cincuenta peones, y caminamos hasta hora de vísperas,que llegamos a un ancón o entrada de la mar, donde hallamos muchos ostiones, con que la genteholgó; y dimos muchas gracias a Dios por habernos traído allí. Otro día de mañana envié veintehombres a que conociesen la costa y mirasen la disposición de ella, los cuales volvieron al otro díaen la noche, diciendo que aquellos ancones y bahías eran muy grandes y entraban tanto por latierra adentro, que estorbaban mucho para descubrir lo que queríamos, y que la costa estaba muylejos de allí. Sabidas estas nuevas y vista la mala disposición y aparejo que para descubrir la costapor allí había, yo me volví al gobernador, y cuando llegamos, hallámosle enfermo con otrosmuchos, y la noche pasada los indios habían dado en ellos y puéstolos en grandísimo trabajo, porla razón de la enfermedad que les había sobrevenido; también les habían muerto un caballo. Yo dicuenta de lo que había hecho y de la mala disposición de la tierra. Aquel día nos detuvimos allí.Capítulo VIIICómo partimos de AuteOtro día siguiente partimos de Aute, y caminamos todo el día hasta llegar donde yo habíaestado. Fue camino en extremo trabajoso, porque ni los caballos bastaban a llevar los enfermos, nisabíamos qué remedio poner, porque cada día adolecían; que fue cosa de muy gran lástima y dolorver la necesidad y trabajo en que estábamos. Llegados que fuimos, visto el poco remedio que parair adelante había, porque no había dónde, ni aunque lo hubiera, la gente pudiera pasar adelante,por estar los más enfermos, y tales, que pocos había de quien se pudiese haber algún provecho.Dejo aquí de contar esto más largo, porque cada uno puede pensar lo que se pasaría en tierratan extraña y tan mala, y tan sin ningún remedio de ninguna cosa, ni para estar ni para salir de ella.Mas como el más cierto remedio sea Dios nuestro Señor, y de este nunca desconfiamos, sucedióotra cosa que agravaba más que todo esto, que entre la gente de caballo se comenzó la mayorparte de ellos a ir secretamente, pensando hallar ellos por sí remedio, y desamparar al gobernadory a los enfermos, los cuales estaban sin algunas fuerzas y poder. Mas, como entre ellos habíamuchos hijosdalgo y hombres de buena suerte, no quisieron que esto pasase sin dar parte algobernador y a los oficiales de Vuestra Majestad; y como les afeamos su propósito, y les pusimosdelante el tiempo en que desamparaban a su capitán y los que estaban enfermos y sin poder, yapartarse sobre todo el servicio de Vuestra Majestad, acordaron de quedar, y que lo que fuese deuno fuese de todos, sin que ninguno desamparase a otro. Visto esto por el gobernador, los llamó atodos y a cada uno por sí, pidiendo parecer de tan mala tierra, para poder salir de ella y buscaralgún remedio, pues allí no lo había, estando la tercia parte de la gente con gran enfermedad, ycreciendo esto cada hora, que teníamos por cierto todos lo estaríamos así; de donde no se podíaseguir sino la muerte, que por ser en tal parte se nos hacía más grave; y vistos estos y otrosmuchos inconvenientes, y tentados muchos remedios, acordamos en uno harto difícil de poner enobra, que era hacer navíos en que nos fuésemos. A todos parecía imposible, porque nosotros nolos sabíamos hacer, ni había herramienta, ni hierro, ni fragua, ni estopa, ni pez, ni jarcias,finalmente, ni cosa ninguna de tantas como son menester, ni quien supiese nada para dar industriaen ello, y sobre todo, no haber qué comer entretanto que se hiciesen, y los que habían de trabajardel arte que habíamos dicho. Y considerando todo esto, acordamos de pensar en ello más deespacio, y cesó la plática aquel día, y cada uno se fue encomendándolo a Dios nuestro Señor, quelo encaminase por donde Él fuese más servido. Otro día quiso Dios que uno de la compañía vinodiciendo que él haría unos cañones de palo, y con unos cueros de venado se harían unos fuelles, ycomo estábamos en tiempo que cualquiera cosa que tuviese alguna sobrehaz de remedio, nosparecía bien, dijimos que se pusiese por obra; y acordamos de hacer de los estribos y espuelas yballestas, y de las otras cosas de hierro que había, los clavos y sierras y hachas, y otrasherramientas, de que tanta necesidad había para ello; y dimos por remedio que para haber algúnmantenimiento en el tiempo que esto se hiciese se hiciesen cuatro entradas en Aute con todos loscaballos y gente que pudiesen ir, y que a tercero día se matase un caballo, el cual se repartieseentre los que trabajaban en la obra de las barcas y los que estaban enfermos; las entradas sehicieron con la gente y caballos que fue posible, y en ellas se trajeron hasta cuatrocientas hanegasde maíz, aunque no sin contienda y pendencias con los indios. Hicimos coger muchos palmitospara aprovecharnos de la lana y cobertura de ellos, torciéndola y aderezándola para usar en lugarde estopa para las barcas; las cuales se comenzaron a hacer con un solo carpintero que en lacompañía había, y tanta diligencia pusimos, que, comenzándolas a cuatro días de agosto, a veintedías del mes de septiembre eran acabadas cinco barcas, de a veinte y dos codos cada una,calafateadas con las estopas de los palmitos, y breámoslas con cierta pez de alquitrán que hizo ungriego llamado don Teodoro, de unos pinos; y de la misma ropa de los palmitos, y de las colas ycrines de los caballos, hicimos cuerdas y jarcias, y de las nuestras camisas velas, y de las sabinasque allí había, hicimos los remos que nos pareció que era menester. Y tal era la tierra en quenuestros pecados nos habían puesto, que con muy gran trabajo podíamos hallar piedras para lastrey anclas de las barcas, ni en toda ella habíamos visto ninguna. Desollamos también las piernas delos caballos enteras, y curtimos los cueros de ellas para hacer botas en que llevásemos el agua. Eneste tiempo algunos andaban cogiendo mariscos por los rincones de las entradas de la mar, en quelos indios, en dos veces que dieron en ellos, nos mataron diez hombres a vista del real, sin que lospudiésemos socorrer, los cuales hallamos de parte a parte pasados con las flechas; que aunquealgunos tenían buenas armas, no bastaron a resistir para que esto no se hiciese, por flechar contanta destreza y fuerza como arriba he dicho. Y a dicho y juramento de nuestros pilotos, desde labahía, que pusimos nombre de la Cruz, hasta aquí anduvimos doscientas y ochenta leguas, pocomás o menos. En toda esta tierra no vimos sierra ni tuvimos noticias de ella en ninguna manera; yantes que nos embarcásemos, sin los que los indios nos mataron, se murieron más de cuarentahombres de enfermedad y hambre. A veinte y dos días del mes de septiembre se acabaron decomer los caballos, que sólo uno quedó, y este día nos embarcamos por esta orden: que en labarca del gobernador iban cuarenta y nueve hombres; en otra que dio al contador y comisario ibanotros tantos; la tercera dio al capitán Alonso del Castillo y Andrés Dorantes, con cuarenta y ochohombres, y otra dio a dos capitanes, que se llamaban Téllez y Peñalosa, con cuarenta y sietehombres. La otra dio al veedor y a mí con cuarenta y nueve hombres, y después de embarcadoslos bastimentos y ropa, no quedó a las barcas más que un jeme de bordo fuera del agua, y allendede esto, íbamos tan apretados, que no nos podíamos menear; y tanto puede la necesidad, que noshizo aventurar a ir de esta manera, y meternos en una mar tan trabajosa, y sin tener noticia de laarte del marear ninguno de los que allí iban.Capítulo IXCómo partimos de bahía de CaballosAquella bahía de donde partimos ha por nombre la bahía de Caballos, y anduvimos siete díaspor aquellos ancones, entrados en el agua hasta la cinta, sin señal de ver ninguna cosa de costa, yal cabo de ellos llegamos a una isla que estaba cerca de la tierra. Mi barca iba delante, y de ellavimos venir cinco canoas de indios, los cuales las desampararon y nos las dejaron en las manos,viendo que íbamos a ellas; las otras barcas pasaron adelante, y dieron en unas casas de la mismaisla, donde hallamos muchas lizas y huevos de ellas, que estaban secas; que fue muy granremedio para la necesidad que llevábamos. Después de tomadas, pasamos adelante, y dos leguasde allí pasamos un estrecho que la isla con la tierra hacía, al cual llamamos de San Miguel porhaber salido en su día por él; y salidos llegamos a la costa, donde, con las cinco canoas que yohabía tomado a los indios, remediamos algo de las barcas, haciendo falcas de ellas, yañadiéndolas, de manera que subieron dos palmos de bordo sobre el agua; y con esto tornamos acaminar por luengo de costa de vía del río de Palmas, creciendo cada día la sed y la hambre,porque los bastimentos eran muy pocos y iban muy al cabo, y el agua se nos acabó, porque lasbotas que hicimos de las piernas de los caballos luego fueron podridas y sin ningún provecho.Algunas veces entramos por ancones y bahías que entraban mucho por la tierra adentro; todas lashallamos bajas y peligrosas; y así anduvimos por ellas treinta días, donde algunas veceshallábamos indios pescadores, gente pobre y miserable. Al cabo ya de estos treinta días, que lanecesidad del agua era en extremo, yendo cerca de la costa, una noche sentimos venir una canoa,y como la vimos, esperamos que llegase, y ella no quiso hacer cara; y aunque la llamamos, noquiso volver ni aguardarnos, y por ser de noche no la seguimos, y fuímonos nuestra vía. Cuandoamaneció vimos una isla pequeña, y fuimos a ella por ver si hallaríamos agua; mas nuestro trabajofue en balde, porque no la había. Estando allí surtos, nos tomó una tormenta muy grande, porquenos detuvimos seis días sin que osásemos salir a la mar; y como había cinco días que nobebíamos, la sed fue tanta, que nos puso en necesidad de beber agua salada, y algunos sedesatentaron tanto en ello, que súbitamente se nos murieron cinco hombres. Cuento esto asíbrevemente, porque no creo que haya necesidad de particularmente contar las miserias y trabajosen que nos vimos; pues considerando el lugar donde estábamos y la poca esperanza de remedioque teníamos, cada uno puede pensar mucho de lo que allí pasaría. Y como vimos que la sedcrecía y el agua nos mataba, aunque la tormenta no era cesada, acordamos de encomendarnos aDios nuestro Señor, y aventuramos antes al peligro de la mar que esperar la certinidad de la muerteque la sed nos daba. Así, salimos la vía donde habíamos visto la canoa la noche que por allíveníamos; y en este día nos vimos muchas veces anegados, y tan perdidos, que ninguno hubo queno tuviese por cierta la muerte. Plugo a nuestro Señor, que en las mayores necesidades suelemostrar su favor, que a puesta del Sol volvimos una punta que la tierra hace, adonde hallamosmucha bonanza y abrigo. Salieron a nosotros muchas canoas, y los indios que en ellas venían noshablaron, y sin querernos aguardar, se volvieron. Era gente grande y bien dispuesta, y no traíanflechas ni arcos. Nosotros les fuimos siguiendo hasta sus casas, que estaban cerca de allí a lalengua del agua, y saltamos en tierra, y delante de las casas hallamos muchos cántaros de agua ymucha cantidad de pescado guisado, y el señor de aquellas tierras ofreció todo aquello algobernador, y tomándolo consigo, lo llevó a su casa. Las casas de éstos eran de esteras, que a loque pareció eran estantes; y después que entramos en casa del cacique, nos dio mucho pescado, ynosotros le dimos del maíz que traíamos, y lo comieron en nuestra presencia, y nos pidieron más, yse lo dimos, y el gobernador le dio muchos rescates; el cual, estando con el cacique en su casa, amedia hora de la noche, súbitamente los indios dieron en nosotros y en los que estaban muy malosechados en la costa, y acometieron también la casa del cacique, donde el gobernador estaba, y lohirieron de una piedra en el rostro. Los que allí se hallaron prendieron al cacique; mas como lossuyos estaban tan cerca, soltóseles y dejóles en las manos una manta de martas cebelinas, queson las mejores que creo yo que en el mundo se podrían hallar, y tienen un olor que no parece sinode ámbar y almizcle, y alcanza tan lejos, que de mucha cantidad se siente; otras vimos allí masningunas eran tales como éstas. Los que allí se hallaron, viendo al gobernador herido, lo metimosen la barca, e hicimos que con él se recogiese toda la más gente a sus barcas, y quedamos hastacincuenta en tierra para contra los indios, que nos acometieron tres veces aquella noche, y contanto ímpetu, que cada vez nos hacían retraer más de un tiro de piedra. Ninguno hubo de nosotrosque no quedase herido, y yo lo fui en la cara; y si como se hallaron pocas flechas, estuvieran másproveídos de ellas, sin duda nos hicieran mucho daño. La última vez se pusieron en celada loscapitanes Dorantes y Peñalosa y Téllez con quince hombres, y dieron en ellos por las espaldas, yde tal manera les hicieron huir, que nos dejaron. Otro día de mañana yo les rompí más de treintacanoas, que nos aprovecharon para un norte que hacía, que por todo el día hubimos de estar allícon mucho frío, sin osar entrar en la mar, por la mucha tormenta que en ella había. Esto pasado,nos tornamos a embarcar, y navegamos tres días; y como habíamos tomado poca agua, y losvasos que teníamos para llevar asimismo eran muy pocos, tornamos a caer en la primeranecesidad; y siguiendo nuestra vía, entramos por un estero, y estando en él vimos venir una canoade indios. Como los llamamos, vinieron a nosotros, y el gobernador, a cuya barca habían llegado,pidióles agua, y ellos la ofrecieron con que les diesen en qué la trajesen, y un cristiano griego,llamado Doroteo Teodoro (de quien arriba se hizo mención), dijo que quería ir con ellos; elgobernador y otros se lo procuraron estorbar mucho, y nunca lo pudieron, sino que en todo casoquería ir con ellos; así se fue y llevó consigo un negro, y los indios dejaron en rehenes dos de sucompañía; y a la noche volvieron los indios y trajéronnos muchos vasos sin agua, y no trajeron loscristianos que habían llevado; y los que habían dejado por rehenes, como los otros los hablaron,quisiéronse echar al agua. Mas los que en la barca estaban los detuvieron; y así, se fueronhuyendo los indios de la canoa, y nos dejaron muy confusos y tristes por haber perdido aquellosdos cristianos.Capítulo XDe la refriega que nos dieron los indiosVenida la mañana, vinieron a nosotros muchas canoas de indios, pidiéndonos los doscompañeros que en la barca habían quedado por rehenes. El gobernador dijo que se los daría conque trajesen los dos cristianos que habían llevado. Con esta gente venían cinco o seis señores, ynos pareció ser la gente más bien dispuesta y de más autoridad y concierto que hasta allíhabíamos visto, aunque no tan grandes como los otros de quien hemos contado. Traían loscabellos sueltos y muy largos, y cubiertos con mantas de martas, de la suerte de las que atráshabíamos tomado, y algunas de ellas hechas por muy extraña manera, porque en ella había unoslazos de labores de unas pieles leonadas, que parecían muy bien. Rogábannos que nos fuésemoscon ellos y que nos darían los cristianos y agua y otras muchas cosas; y contino acudían sobrenosotros muchas canoas, procurando tomar la boca de aquella entrada; y así por esto, comoporque la tierra era muy peligrosa para estar en ella, nos salimos a la mar, donde estuvimos hastamediodía con ellos. Y como no nos quisiesen dar los cristianos, y por este respecto nosotros no lesdiésemos los indios, comenzáronnos a tirar piedras con hondas, y varas, con muestras deflecharnos, aunque en todos ellos no vimos sino tres o cuatro arcos.Estando en esta contienda el viento refrescó, y ellos se volvieron y nos dejaron; y asínavegamos aquel día, hasta hora de vísperas, que mi barca que iba delante, descubrió una puntaque la tierra hacía, y del otro cabo se veía un río muy grande, y en una isleta que hacía la puntahice yo surgir por esperar las otras barcas. El gobernador no quiso llegar; antes se metió por unabahía muy cerca de allí, en que había muchas isletas, y allí nos juntamos, y desde la mar tomamosagua dulce, porque el río entraba en la mar de avenida, y por tostar algún maíz de lo que traíamos,porque ya había dos días que lo comíamos crudo, saltamos en aquella isla; mas como no hallamosleña, acordamos de ir al río que estaba detrás de la punta, una legua de allí; y yendo, era tanta lacorriente, que no nos dejaba en ninguna manera llegar, antes nos apartaba de la tierra, y nosotrostrabajando y porfiando por tomarla. El norte que venía de la tierra comenzó a crecer tanto, que nosmetió en la mar, sin que nosotros pudiésemos hacer otra cosa; y a media legua que fuimos metidosen ella, sondeamos, y hallamos que con treinta brazas no pudimos tomar hondo, y no podíamosentender si la corriente era causa que no lo pudiésemos tomar; y así navegamos dos días todavía,trabajando por tomar tierra, y al cabo de ellos, un poco antes que el Sol saliese, vimos muchoshumeros por la costa; y trabajando por llegar allá, nos hallamos en tres brazas de agua, y por serde noche no osamos tomar tierra, porque como habíamos visto tantos humeros, creíamos que senos podía recrecer algún peligro sin nosotros poder ver, por la mucha oscuridad, lo que habíamosde hacer, y por esto determinamos de esperar a la mañana; y como amaneció, cada barca se hallópor sí perdida de las otras; yo me hallé en treinta brazas, y siguiendo mi viaje a hora de vísperas vidos barcas, y como fui a ellas, vi que la primera a que llegué era la del gobernador, el cual mepreguntó qué me parecía que debíamos hacer. Yo le dije que debía recobrar aquella barca que ibadelante, y que en ninguna manera la dejase, y que juntas todas tres barcas, siguiésemos nuestrocamino donde Dios nos quisiese llevar. Él me respondió que aquello no se podía hacer, porque labarca iba muy metida en el mar y él quería tomar la tierra, y que si la quería yo seguir, que hicieseque los de mi barca tomasen los remos y trabajasen, porque con fuerza de brazos se había detomar la tierra, y esto le aconsejaba un capitán que consigo llevaba, que se llamaba Pantoja,diciéndole que si aquel día no tomaba la tierra, que en otros seis no la tomaría, y en este tiempo eranecesario morir de hambre. Yo, vista su voluntad, tomé mi remo, y lo mismo hicieron todos los queen mi barca estaban para ello, y bogamos hasta casi puesto el sol; mas como el gobernadorllevaba la más sana y recia gente que entre toda había, en ninguna manera lo pudimos seguir nitener con ella. Yo, como vi esto, pedíle que, para poderle seguir, me diese un cabo de su barca, yél me respondió que no harían ellos poco si solos aquella noche pudiesen llegar a tierra. Yo le dijeque, pues vía la poca posibilidad que en nosotros había para poder seguirle y hacer lo que habíamandado, que me dijese qué era lo que mandaba que yo hiciese. El me respondió que ya no eratiempo de mandar unos a otros; que cada uno hiciese lo que mejor le pareciese que era para salvarla vida; que él así lo entendía de hacer, y diciendo esto, se alargó con su barca, y como no le pudeseguir, arribé sobre la otra barca que iba metida en la mar, la cual me esperó; y llegado a ella, halléque era la que llevaban los capitanes Peñalosa y Téllez; y así, navegamos cuatro días encompañía, comiendo por tasa cada día medio puño de maíz crudo. A cabo de estos cuatro días nostomó una tormenta, que hizo perder la otra barca, y por gran misericordia que Dios tuvo de nosotrosno nos hundimos del todo, según el tiempo hacía; y con ser invierno, y el frío muy grande, y tantosdías que padecíamos hambre, con los golpes que de la mar habíamos recibido, otro día la gentecomenzó mucho a desmayar, de tal manera, que cuando el sol se puso, todos los que en mi barcavenían estaban caídos en ella unos sobre otros, tan cerca de la muerte, que pocos había quetuviesen sentido, y entre todos ellos a esta hora no había cinco hombres en pie. Y cuando vino lanoche no quedamos sino el maestre y yo que pudiésemos marear la barca, y a dos horas de lanoche el maestre me dijo que yo tuviese cargo de ella, porque él estaba tal, que creía aquellanoche morir. Y así, yo tomé el leme, y pasada media noche, yo llegué por ver si era muerto elmaestre, y él me respondió que él antes estaba mejor y que él gobernaría hasta el día. Yo ciertoaquella hora de muy mejor voluntad tomara la muerte, que no ver tanta gente delante de mí de talmanera.Y después que el maestre tomó cargo de la barca, yo reposé un poco muy sin reposo, ni habíacosa más lejos de mí entonces que el sueño. Y acerca del alba parecióme que oía el tumbo delmar, porque, como la costa era baja, sonaba mucho, y con este sobresalto llamé al maestre, el cualme respondió que creía que éramos cerca de tierra, y tentamos y hallámonos en siete brazas, yparecióle que nos debíamos tener a la mar hasta que amaneciese. Y así, yo tomé un remo y boguéde la banda de la tierra, que nos hallamos una legua della, y dimos la popa a la mar. Y cerca detierra nos tomó una ola, que echó la barca fuera del agua un juego de herradura, y con el grangolpe que dio, casi toda la gente que en ella estaba como muerta, tornó en sí, y como se vieroncerca de la tierra se comenzaron a descolgar, y con manos y pies andando; y como salieron a tierraa unos barrancos, hicimos lumbre y tostamos del maíz que traíamos, y hallamos agua de la quehabía llovido, y con el calor del fuego la gente tornó en sí y comenzaron algo a esforzarse. El díaque aquí llegamos era sexto del mes de noviembre.Capítulo XIDe lo que acaeció a Lope de Oviedo con unos indiosDesde que la gente hubo comido, mandé a Lope de Oviedo, que tenía más fuerza y estabamás recio que todos, se llegase a unos árboles que cerca de allí estaban, y subido en uno de ellos,descubriese la tierra en que estábamos y procurase de haber alguna noticia de ella. Él lo hizo así yentendió que estábamos en isla, y vio que la tierra estaba cavada a la manera que suele estar tierradonde anda ganado, y parecióle por esto que debía ser tierra de cristianos, y así nos lo dijo. Yo lemandé que la tornase a mirar muy más particularmente y viese si en ella había algunos caminosque fuesen seguidos, y esto sin alargarse mucho por el peligro que podía haber. Él fue, y topandocon una vereda se fue por ella adelante hasta espacio de media legua, y halló unas chozas de unosindios que estaban solas, porque los indios eran idos al campo, y tomó una olla de ellos, y unperrillo pequeño y unas pocas de lizas, y así se volvió a nosotros; y pareciéndonos que se tardaba,envié a otros dos cristianos para que le buscasen y viesen qué le había sucedido; y ellos le toparoncerca de allí y vieron que tres indios, con arcos y flechas, venían tras él llamándole, y él asimismollamaba a ellos por señas. Y así llegó donde estábamos, y los indios se quedaron un poco atrásasentados en la misma ribera, y después de media hora acudieron otros cien indios flecheros, queahora ellos fuesen grandes o no, nuestro miedo les hacía parecer gigantes, y pararon cerca denosotros, donde los tres primeros estaban. Entre nosotros excusado era pensar que habría quiense defendiese, porque difícilmente se hallaron seis que del suelo se pudiesen levantar. El veedor yyo salimos a ellos y llamámosles, y ellos se llegaron a nosotros; y lo mejor que pudimos,procuramos de asegurarlos y asegurarnos, y dímosles cuentas y cascabeles, y cada uno de ellosme dio una flecha, que es señal de amistad, y por señas nos dijeron que a la mañana volverían ynos traerían de comer, porque entonces no lo tenían.Capítulo XIICómo los indios nos trajeron de comerOtro día, saliendo el sol, que era la hora que los indios nos habían dicho, vinieron a nosotros,como lo habían prometido, y nos trajeron mucho pescado y de unas raíces que ellos comen, y soncomo nueces, algunas mayores o menores; la mayor parte de ellas se sacan de bajo del agua ycon mucho trabajo. A la tarde volvieron y nos trajeron más pescado y de las mismas raíces, ehicieron venir sus mujeres e hijos para que nos viesen, y así, se volvieron ricos de cascabeles ycuentas que les dimos, y otros días nos tornaron a visitar con lo mismo que otras veces. Comonosotros veíamos que estábamos proveídos de pescados y de raíces y de agua y de las otrascosas que pedimos, acordamos de tornarnos a embarcar y seguir nuestro camino, y desenterramosla barca de la arena en que estaba metida, y fue menester que nos desnudásemos todos ypasásemos gran trabajo para echarla al agua, porque nosotros estábamos tales, que otras cosasmuy más livianas bastaban para ponernos en él. Y así embarcados, a dos tiros de ballesta dentroen la mar, nos dio tal golpe de agua que nos mojó a todos; y como íbamos desnudos y el frío quehacía era muy grande, soltamos los remos de las manos, y a otro golpe que la mar nos dio,trastornó la barca; el veedor y otros dos se asieron de ella para escaparse; mas sucedió muy alrevés, que la barca los tomó debajo y se ahogaron. Como la costa es muy brava, el mar de untumbo echó a todos los otros, envueltos en las olas y medio ahogados, en la costa de la misma isla,sin que faltasen más de los tres que la barca había tomado debajo. Los que quedamos escapados,desnudos como nacimos y perdido todo lo que traíamos, y aunque todo valía poco, para entoncesvalía mucho. Y como entonces era por noviembre, y el frío muy grande, y nosotros tales que conpoca dificultad nos podían contar los huesos, estábamos hechos propia figura de la muerte. De mísé decir que desde el mes de mayo pasado yo no había comido otra cosa sino maíz tostado, yalgunas veces me vi en necesidad de comerlo crudo; porque aunque se mataron los caballosentretanto que las barcas se hacían, yo nunca pude comer de ellos, y no fueron diez veces las quecomí pescado. Esto digo por excusar razones, porque pueda cada uno ver qué tales estaríamos.Y sobre todo lo dicho había sobrevenido viento norte, de suerte que más estábamos cerca dela muerte que de la vida. Plugo a nuestro Señor que, buscando tizones del fuego que allí habíamoshecho, hallamos lumbre, con que hicimos grandes fuegos; y así, estuvimos pidiendo a NuestroSeñor misericordia y perdón de nuestros pecados, derramando muchas lágrimas, habiendo cadauno lástima, no sólo de sí, mas de todos los otros, que en el mismo estado veían. Y a hora depuesto el sol, los indios, creyendo que no nos habíamos ido, nos volvieron a buscar y a traernos decomer; mas cuando ellos nos vieron así en tan diferente hábito del primero y en manera tanextraña, espantáronse tanto que se volvieron atrás. Yo salí a ellos y llamélos, y vinieron muyespantados; hícelos entender por señas cómo se nos había hundido una barca y se habíanahogado tres de nosotros, y allí en su presencia ellos mismos vieron dos muertos, y los quequedábamos íbamos aquel camino.Los indios, de ver el desastre que nos había venido y el desastre en que estábamos, con tantadesventura y miseria, se sentaron entre nosotros, y con el gran dolor y lástima que hubieron devernos en tanta fortuna, comenzaron todos a llorar recio, y tan de verdad, que lejos de allí se podíaoír, y esto les duró más de media hora; y cierto ver que estos hombres tan sin razón y tan crudos, amanera de brutos, se dolían tanto de nosotros, hizo que en mí y en otros de la compañía creciesemás la pasión y la consideración de nuestra desdicha.Sosegado ya este llanto, yo pregunté a los cristianos, y dije que si a ellos parecía, rogaría aaquellos indios que nos llevasen a sus casas; y algunos de ellos que habían estado en la NuevaEspaña respondieron que no se debía de hablar de ello, porque si a sus casas nos llevaban, nossacrificarían a sus ídolos; mas, visto que otro remedio no había, y que por cualquier otro caminoestaba más cerca y más cierta la muerte, no curé de lo que decían, antes rogué a los indios quenos llevasen a sus casas, y ellos mostraron que habían gran placer de ello, y que esperásemos unpoco, que ellos harían lo que queríamos, y luego treinta de ellos se cargaron de leña, y se fueron asus casas, que estaban lejos de allí, y quedamos con los otros hasta cerca de la noche, que nostomaron, y llevándonos asidos y con mucha prisa, fuimos a sus casas; y por el gran frío que hacía,y temiendo que en el camino alguno no muriese o desmayase, proveyeron que hubiese cuatro ocinco fuegos muy grandes puestos a trechos, y en cada uno de ellos nos calentaban y, desde queveían que habíamos tomado alguna fuerza y calor, nos llevaban hasta el otro tan aprisa, que casicon los pies no nos dejaban poner en el suelo; y de esta manera fuimos hasta sus casas, dondehallamos que tenían hecha una casa para nosotros, y muchos fuegos en ella, y desde a una horaque habíamos llegado, comenzaron a bailar y hacer grande fiesta, que duró toda la noche, aunquepara nosotros no había placer, fiesta ni sueño, esperando cuándo nos habían de sacrificar; y a lamañana nos tornaron a dar pescado y raíces, y hacer tan buen tratamiento, que nos aseguramosalgo y perdimos algo el miedo del sacrificio.

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